por Irene Bianchi
  • Chicas, no lo tomen a mal, pero hoy la propina para el mozo la embolso yo. Mi arbolito da pena y necesito reponer las bolas.
  • Eso último, sacado de contexto, suena re-zarpado, Cloti.
  • ¡Qué ordinaria, Pina! ¿Cómo podés tener la mente tan podrida?
  • Relajáte, nena. No es para tanto. Tendrías que conseguirte un novio, vos.
  • ¡Claro! ¡Como si fuera tan fácil. A mi edad…
  • Pará un poquito. Vos sos más chica que la Borges, ¿no? Y ella se enganchó un carocito treinta y pico de años menor. No todo está perdido.
  • Bueno, pero no vas a comparar. La Gra es la Gra. Yo soy un cuatro de copas.
  • Los criterios cambian, chicas. Ahora, a los que están comprendidos en la franja 60-80, se los llama “viejos jóvenes” o “neoviejos”; los “viejos, viejos”, de 80 en adelante. Dice un estudio que los que fueron jóvenes en la década del ’60 y del ’70, todavía mantienen “una impronta moderna”.
  • Impronta, puede ser; pero piel y huesos, te aseguro que no.
  • Hay un problema serio con el tiempo últimamente. No hay persona con la que me cruce que no me escupa en la cara: ¡Cómo se me voló este año!
  • Tal cual. El tiempo de nuestra infancia era eterno, de goma. Las vacaciones, sin ir más lejos, interminables. De un cumpleaños a otro, un siglo. Hoy hasta los pibes chiquitos te dicen que se les voló el año. Preocupante, ¿no?
  • Y convengamos que diciembre es un mes particularmente caótico. Todos con los nervios de punta, de fiesta en fiesta, atosigados de sándwiches de miga, comprando todo a último momento, discutiendo dónde lo pasamos, qué llevamos, quiénes ligan regalitos de Santa y quiénes no. ¡Un bolonqui sideral!
  • Eso porque no nos animamos a patear el tablero y hacer lo que se nos canta.
  • Es que no se puede zafar, Flora. Hay compromisos inevitables.
  • Mirá, Pili, hay una edad en que una debe liberarse de los mandatos impuestos.
  • Se dice fácil. Pero después quedás mal con Dios y María Santísima.
  • Ese es el punto. ¿Qué necesidad hay de “quedar bien” con todos? Si igual te van a sacar el cuero a lonjas: que el vitel toné estaba seco, que pijoteaste con el atún en el pionono, que ese vestido ya te lo pusiste la Navidad pasada, que se te ven las raíces y te creció el flotador, que deberías usar manguitas para ocultar el “salero”, que no te depilaste el bozo, que tenés los dientes amarillos …
  • ¡Pará, desagradable!  ¿No estarás hablando de mí en particular?
  • No, zonza. Es una generalización. Una debería poder elegir con quien tiene ganas de estar, y no hacer todo por obligación.
  • Vos sí que seguís siendo una hippie del 60. No hay caso. No madurás más.
  • Si madurar implica atarme a las convenciones, vivir esclava de qué dirán, renunciar a mis ganas, fingir y ser hipócrita, entonces me niego a madurar.
  • Estoy con vos, Flora. Imagínense qué bajón, cuando estemos a punto de estirar la pata, darnos cuenta que siempre vivimos según las expectativas ajenas, y nunca según las nuestras; que nos quedaron un toco de asignaturas pendientes.
  • Tampoco se puede todo, chicas. Hay cosas a las que se renuncia en pos de otras
  • Claro. Decidir tener hijos está bárbaro. Pero no hay que olvidarse del tiempo, esfuerzo, sacrificio y energía que esa decisión trae aparejada. Nada es gratis.
  • Che, seré curiosa: ¿qué nos pasa que nos hemos vuelto tan filosóficas de golpe?
  • La vida nos pasa. Por arriba. Como un tsunami. Con sus más y sus menos.
  • Pero aquí estamos, cantando al sol, como la cigarra. Por nosotras. ¡Chin, chin!