• Che, Pupi, vos que la admirás tanto a Valeria Mazza, ¿viste la burrada que se mandó en la mesa de Mirtha?
  • No me la critiques que está impecable. ¡Tan flaquita! ¡Y con cuatro hijos!
  • Justamente. Parece que engordó más de 20 kilos en cada embarazo. Y el turro del marido, cuando estaba recién parida, le mostraba una foto de ella flaca y le decía: “¿Ves, Vale? Así tenés que quedar”.
  • ¿En serio? ¡Ah, no! Yo le hago la gran Lorena Bobbit ahí mismo, sin anestesia.
  • Las blondas huecas se están yendo a la banquina últimamente. Peor lo de Luli Salazar en “Animales sueltos”: “Me gusta que venga un tipo y te diga “te violo”. Cabeza de corcho. La tintura le quemó las neuronas. No sabe lo que dice, la muñequita inflable. Sobredosis de botox y siliconas. Inimputable.
  • ¿Y Lilita, que la trató de “gato” a la flamante esposa del que deshoja la margarita? Si vamos al caso, también la Carrió derrapó.
  • Eso es como la cámara oculta que le hicieron al paquetísimo Robertito Funes. Todos decimos cosas horribles de los otros, cuando creemos que nadie nos va a deschavar. Nadie orina agua bendita, che. No seamos tan hipócritas, please.
  • Pero hoy en día hay que cuidarse más que nunca, porque cualquiera te graba o te filma. Hay tanta tecnología buchona. Te escrachan sin aviso.
  • ¡No me hablés de la tecnología! ¡La cantidad de peatones “tecnodistraídos” que andan como zombies, hablando por teléfono, mandando mensajes, escuchando música, sin prestar atención al tránsito, es calamitosa!
  • Sin ir más lejos, miren la mesa de al lado, chicas. Hay como ocho chicas y chicos, con la mirada clavada en sus respectivas pantallitas. Ni se hablan.
  • ¿No se los digo siempre? En la era de las comunicaciones, estamos más incomunicados que nunca. Cada uno encerradito en su burbujita digital.
  • Yo extraño recibir cartas. Lo único que me trae el cartero son cuentas.
  • A este paso, pronto nos olvidaremos de la letra manuscrita.
  • Y lo malo de hablar frente a frente, es que no podés usar emoticones, y ya ni te acordás cómo expresar una emoción sin apelar a esas caritas.
  • ¿Y si abrimos una granja de desintoxicación tecnológica? Porque todos estos chiches son una verdadera adicción, ¿o no? Nos haríamos millonarias.
  • No. ¿Y sabés por qué? Porque nadie reconoce esa adicción.
  • Cierto. Hay tres pantallas que dominan nuestras vidas: internet, televisión y teléfono. Nos falta una y nos volvemos loquitos.
  • ¿Se imaginan a los legendarios galanes de Roberto Fontanarrosa, sentados a una mesa del bar rosarino “El Cairo”, pendientes de sus smartphones?
  • O a los de Sofovich, en “Polémica en el Bar”. No. Impensado. Por suerte.
  • Cuando uno invita a amigos a cenar a su casa, habría que pasar con una canastita y recoger sus celulares, para que no entorpezcan la charla, ¿no?
  • ¡No seas exagerada, Rita! Aunque a mí me convendría que se confundieran y me devolvieran uno más moderno,  que reemplace a mi zapatófono.
  • ¿Se acuerdan de los primeros ladrillos? Esos sí que tenían señal hasta adentro de un bunker. No fallaban jamás. Y los encontrabas al toque en la cartera.
  • Seré curiosa, ¿ustedes los dejan prendidos en situaciones íntimas?
  • ¿Vos decís cuando voy al baño? Porque otra “situación íntima” no tengo.
  • Che acuérdense que mañana hay que armar el arbolito, eh. Ya es ocho.
  • Con gusto canjearía mi desvencijado y cachuso arbolito, por uno  de calle 8. ¡Verde que te quiero verde! ¡Chin, chin!