Bueno, amigas, a arremangarse, que empiezan las vacaciones de invierno.
¿Arremangarse? Al contrario, Lelu. A emponcharse, dirás, con el frío que hace.
No. Hablo de la maratón de cine-teatro-circo-pochoclo-plaza-golosinas-jueguitos-zoológico-paseos-cajitas felices-piyamaparties que se viene. De terror
Yo no sé si ustedes se acordarán, porque fue a mediados del siglo pasado, pero cuando nosotras éramos chicas, la diversión no estaba tan planificada ni prefabricada. No dependíamos de los grandes. Andábamos en monopatín, triciclo o bici por el barrio; jugábamos a la rayuela, a la mancha, a las escondidas, a las estatuas, a las esquinitas, al poliladron, a las muñecas.
Nada de Barbies, eh. La Gracielita, la Mariquita Pérez, la Linda Miranda…
Los domingos, remontábamos barriletes hechos en casa, con papel de seda, engrudo y cañas; saltábamos a la soga; juntábamos piedritas para el denenti…
¡Intercambiábamos figuritas con brillantina para el album!
No acaparen, che. Déjenme meter bocado. Cuando llovía, maratones de Lotería, Bucanero, Estanciero, Cerebro Mágico, ladrillitos de goma, Escalectric. Los varones, de pantaloncitos cortos: campeonatos de bolitas, figuritas; guerras de soldaditos de plomo, con indios, caballos y el fuerte de madera; un fulbito en el potrero de la cuadra; pesca de ranas en la zanja de 48 y 24. ¡Una mugre!
Mis hermanos y mis primos ponían tapitas de Crush y de Sidral con sulfuro en las vías del tranvía, ¿pueden creer? ¡Unas explosiones terribles!
Tal cual, chicas. Mucha vereda y poca plata. A lo sumo, el continuado de tres-películas-tres. Entrabas al cine a las 2 y salías de noche.
Si vamos al caso, en esa época, tampoco había animaciones de fiestas infantiles. Nos entreteníamos solitos. Inventábamos nuestros propios juegos. Eramos originales y creativos. No parábamos un minuto. Casi ni tele había.
¿Por qué será que ahora los chicos se aburren de nada? Todo es poco.
Porque les damos entretenimiento premasticado y predigerido. Así como hay comida chatarra, también hay diversión chatarra. La que no les enseña a pensar ni estimula la imaginación y la fantasía. Estamos fabricando robots.
¿Y vos decís que eso es deliberado, Pipi? ¡Otra de tus teorías conspirativas!
Y, a mí me parece que si de chiquitos no se les enseña a pensar, es más fácil manipularlos, llevarlos de las narices. El rebaño responde mansamente.
¡Qué exagerada! ¿Acaso no viste como manejan la tecnología los pibes?
¿Y te parece que estar “conectados” con más de 100 “amigos” a la vez en la compu, ayuda a sociabilizarlos? Son vínculos virtuales, Negra. De mentiritas.
Ahora, tienen celular a los 6. Antes, los armábamos con dos latitas y un piolín.
Chicas, se los tengo dicho: afirmar que todo tiempo pasado fue mejor, es un inequívoco e irreversible síntoma de vejez. Así que ojo al piojo. Que no se note.
Se olvidan de un dato para nada menor. En esos tiempos, la vereda era un lugar seguro. Podíamos potrear solos sin ningún peligro. Eso también se perdió.
Y si a todo esto le sumamos que, a la hora de leerles un cuento para que se duerman, los papás estamos prendidos de la cajaboba, empachándonos de chismes, peleas berretas y demás basura, la cosa va de mal en peor.
Tenés razón, Tita. Los adultos deberíamos hacer un “mea culpa” en lugar de tirar siempre la pelota afuera, ¿no? Por los chicos: ¡chin, chin!