Solemos valorizar a las personas y/o cosas recién cuando nos faltan o cuando más los necesitamos. Hoy más que nunca tomamos real conciencia de lo mal pagos que están los sacrificados profesionales de la salud, sobre todo si comparamos sus magros ingresos con los de nuestros beneméritos legisladores (que trabajan cada muerte de obispo), nuestros funcionarios (que coleccionan asesores ñoquis) o los jugadores de fútbol estrellas (que ganan cifras astronómicas). El contraste es verdaderamente obsceno. Y qué decir de los sueldos de los docentes, de los maestros, en cuyas manos dejamos lo más preciado, nuestros hijos y nietos. La salud y la educación, los pilares indispensables, insustituibles, irreemplazables, no reciben ni el reconocimiento social ni la devolución material que merecen por derecho propio.
Asimismo, hoy les reclamamos impacientemente a los científicos e investigadores que se apuren a encontrar una vacuna que detenga el coronavirus. Pero es sabido que los gobiernos nunca les han dado el lugar, los recursos ni la jerarquía que merecen.Newsletters Clarín Coronavirus en la Argentina
Aprovechemos esta inesperada peste planetaria para poner las cosas en perspectiva, valorizar lo verdaderamente importante, lo esencial, lo que damos por sentado y subestimamos en tiempos normales. Que sirva de algo este parate obligado. Pensemos. Reflexionemos. Cuestionemos. Y reclamemos.