Enorme desafío el que asumió María Pascual, autora y directora del musical “Fiumiccino”, al frente del grupo “Ya que estamos”, que vimos el domingo pasado en “Doble T”, La Plata, cálido espacio en el que también se puede cenar.  Una obra cuya puesta es sumamente compleja, ya que transcurre en dos planos espaciales y temporales.

La gestación de este ambicioso proyecto surgió, según leímos, a partir del hallazgo fortuito de un mensaje escrito en una servilleta de “Fiumicino” (con una sola “c”), un bar que –como tantos otros- ya no existe en la ciudad.

Corría la década del 80, días en los que todavía hablábamos entre nosotros, nos mirábamos a los ojos, conversábamos largo y tendido, sin estar obsesivamente  pendientes del teléfono celular. El bar o café del barrio era un lugar de encuentro cotidiano. Y el mozo era –sin exagerar- un amigo más.

A propósito de esto último, me permito una digresión. Recuerdo con cariño y nostalgia a Américo, mozo de “La Aguada”, y a “Sarmiento”, del restaurant “La Plata”, otros lugares clásicos y emblemáticos de la época, que hoy tanto se extrañan.

Lo que plantea la pieza de María Pascual es inquietante. ¿Se puede amar –románticamente y sexualmente- a dos personas a la vez? ¿Dónde está escrito que los humanos somos monógamos por naturaleza? La frase “hasta que la muerte nos separe” ¿no suena un tanto demodé en estos tiempos de amores líquidos? Si se está en pareja “estable” y se siente atracción hacia otra persona, ¿debemos ocultarlo, mentir, hacer trampa, tener una doble vida en lugar de blanquearlo? ¿No será que nos quedamos en nuestra zona de confort más por comodidad, por conveniencia, que por amor?

Los personajes protagónicos de “Fiumiccino” son “Berta” (Aixa Loizati) y “Julia” (Micaela Pereyra), madre e hija respectivamente. Julia convive con “Marcos” (Gonzalo Fantoni), a quien ama, pero también siente lo mismo por su compañero de estudios “Pedro” (Facundo Olivera) quien, para peor, es también amigo de su pareja.

Julia está muy conflictuada y lo charla con su terapeuta (Mariana Sol Somma), quien por momentos tiene un pensamiento bastante binario, lo cual no resulta de gran ayuda para su paciente.

Por otra parte, retrocediendo en el tiempo, la vemos a Berta, la mamá de Julia, viviendo una situación bastante similar, antes del nacimiento de su hija. Ella está “felizmente casada” con “Miguel” (Leandro Balbín), y a la vez tiene una relación extramatrimonial con “Sergio” (Federico Gaspar), mejor amigo de su marido. Testigo de todo este embrollo es el mozo de “Fiumiccino” (Facundo Vélez), confidente y consejero de Berta. Una suerte de terapeuta sin título.

Cuando Julia encuentra (casual o causalmente) el mensaje amoroso escrito en una servilleta allá por 1986, todo cobra otro color y abre nuevas e inesperadas ventanas.

María Pascual logra combinar estos dos episodios con notable coordinación, encajando las piezas como un Tetrix. El espectador observa el pasado y el presente simultáneamente. Hay una escena particularmente vertiginosa, con acertados toques de humor, en la que se alternan el mozo y la terapeuta con sus respectivos interlocutores: un hallazgo.

La música en vivo (Tomás Barrios en piano y en música incidental) es un aliado primordial, como lo es la compleja puesta de luces (Juan Camargo, Zoe Milohnic), y la muy lograda escenografía en dos planos (Juan Camargo). El vestuario (Sofía Camparo), fiel reflejo de dos épocas.

¿Qué decir del desempeño vocal de estos cantantes y actores? Impecable. Los arreglos vocales, a cargo de Tomás Barrios y Gonzalo Fantoni, son fieles aliados de la interpretación de los personajes, muy cuidada desde la dirección.  La asistencia de dirección de “Fiumiccino” es de Facundo Vélez; la operación técnica está a cargo de Fiorella Sposari y Juan Camilletti, y en la asistencia de producción: Amparo Cuartas, Tulio Marchetto y Lucía Romeo.

“Ya que estamos”: un gran equipo creativo platense, que se anima a un ambicioso proyecto musical, y sale más que airoso del desafío.

Deja una respuesta