“El Club”. Idea y dirección: Gerardo Hochman. Elenco: María Eva Poumé Garrido, Emilio Guevara, Luciano Guglielmino, Josefina Cañón Martínez, Francisco Mendieta, Germán Raimondo. Trompetista: Mariano Meneghini. Escenografía e iluminación: Adriana Rial. Vestuario: Laura Molina. Composición y dirección musical: Sebastián Verea. Asistencia de dirección: Nicolás Prado. Fotografía: Fernando Massobrio. Registro audovisual: Gabriela Fernández. Imagen: Baldón-Pirrone. Edición multimedia: Mariano De Rosa. Dirección: Gerardo Hochman. Sala Armando Discépolo, calle 12 entre 62 y 63.
“¿Por qué escribo esto? No tengo ideas claras, ni siquiera tengo ideas. Hay jirones, impulsos, bloques, y todo busca una forma, entonces entra en juego el ritmo y yo escribo dentro de ese ritmo, escribo por él, movido por él, y no por ello que llaman el pensamiento y que hace la prosa, literaria u otra … Me conecto con el centro, sea lo que sea. Escribir es realizar mi mandala y a la vez recorrerlo, inventar la purificación purificándose…” Palabras de Julio Cortázar, en el capítulo 82 de su obra cumbre “Rayuela”, a 50 años de la primera edición, en junio de 1963, y a casi 100 años del nacimiento de su autor (1914-1984).
Así comienza el homenaje ideado por Gerardo Hochman, que gira en torno a la gestación de una de las 100 mejores novelas del siglo XX, éxito que Cortázar nunca imaginó cuando enviaba los manuscritos de su “antinovela” a la editorial. Obra ambiciosa, intrépida, laberíntica, experimental, de no fácil lectura, que el propio autor calificó de “hiperintelectual”, lo cual le hizo temer de no encontrar “cómplices o camaradas de camino” en sus lectores. Cosa que no sucedió, ya que Rayuela se convirtió en un boom editorial, un verdadero bestseller en su momento.
La puesta de Hochman es visualmente muy atractiva, y constituye un desafío para el espectador, que deberá ir armando el rompecabezas que propone. Con un concepto coreográfico, los actores y actrices se multiplican y unifican en un interesante juego de espejos, reflexionando en voz alta acerca de los avatares de la creación literaria, la necesidad visceral de abrir nuevos caminos de expresión, rompiendo con viejos esquemas y moldes y aventurándose a lo nuevo y desconocido. Gran trabajo grupal.
Dos aliados esenciales de la puesta, son la escenografía y la iluminación de Adriana Rial, fieles correlatos del juego que propone el director. Los actores arman y desarman las sucesivas escenas, replicando la estructura tan particular de la novela, en la que el lector puede, diríamos, “elegir su propia aventura”. Delicado mecanismo de relojería, preciso, prolijo y ajustado.
El jazz, presente en la armoniosa trompeta de Meneghini, crea el clima de bohemia que remite al Club de la Serpiente (ámbito en el que se reunían los protagonistas de Rayuela para filosofar acerca de la literatura y de la vida). En la primera escena, el volumen del instrumento tapa la voz del actor.
La escena de amor danzada por Emilio Guevara y Josefina Cañón Martínez (¿Oliveira y la Maga?) es de un erotismo y una belleza notables.
“El Club”: un mandala teatral, fiel a una Rayuela memorable.