
Calurosa mañana de diciembre. Escenario montado al aire libre, en el jardín del Espacio de Arte Itinerante, en 61 entre 5 y 6, La Plata. Mamás, papás, abuelos, abuelas, tíos, primos, un público expectante, a la generosa sombra de un árbol añoso. Nos convoca la muestra de fin de año, en la que los niños y niñas que estudian piano y violín en ese taller, nos deleitarán con su arte: una ráfaga de aire fresco. En un mundo tan acelerado, virtual y violento, ver y escuchar a esas criaturas haciendo música, me pareció un acontecimiento muy simbólico. No todo está perdido, pensé, si sigue habiendo profesionales como quienes integran el equipo docente de este espacio (y de tantos otros) que acercan a las infancias al arte en todas sus manifestaciones. Poco importa si esos estudiantes decidan continuar y dedicarse al arte en un futuro. Lo que sí importa es que se cultive y estimule desde la más temprana edad su sensibilidad, su sentido estético, su disciplina, el trabajo en equipo, el sentido de la responsabilidad, del compromiso, de fijarse un objetivo y esforzarse por alcanzarlo. Hubo también en esa muestra “diálogos” entre piano y violín, entre dos pianos: una delicia para la vista y los oídos. Hoy más que nunca, estos espacios se han vuelto verdaderamente esenciales, como lo son los clubes de barrio que estimulan el deporte. Como adultos, es nuestra responsabilidad defenderlos y apoyarlos, por el bien de todos. Fue el mejor regalo anticipado de Navidad. ¡Gracias totales!