“CHAU MISTERIX”:   LA FANTASÍA COMO REFUGIO NECESARIO

Recurro a Wikipedia para ubicarme en tiempo y espacio: “Misterix fue una serie de historietas creada en 1946 por el guionista Massimo Garnier y el dibujante Paul Campani, que luego continuaron otros autores hasta 1965, para los mercados italiano y argentino.” El tema central: “Rubén” un chico cuasi adolescente en la década del 50, sufre “bullying” –cuando ese término aún no existía-, y se inventa un “alter ego” superpoderoso, que reúne todas las características que él no posee. Así se libera de las burlas, las cargadas de su círculo de amigos, por ser tímido, flacucho, “cuatrochi”, nene de mamá. Fantasía y realidad entremezcladas, como universos paralelos; una vía de escape, una fuga, una estrategia para alimentar su alicaída autoestima.

El prolífico y multifacético dramaturgo Mauricio Kartun (1946), sitúa “Chau Misterix” en el barrio de San Andrés, un sábado de carnaval de 1958. La obra marca el inicio de la “trilogía de San Andrés”, junto con “La casita de los viejos” y “Cumbia morena cumbia”.

Kartún vivió esa época, y seguramente hay mucho de autobiográfico en esta pieza tierna y nostálgica, que pinta el difícil y traumático pasaje de la infancia a la adolescencia, el despertar sexual, los primeros escarceos amorosos, el peso de la mirada de los otros, la frenética búsqueda de la propia identidad. En esta propuesta teatral local, que se presenta los domingos en el Viejo Almacén El Obrero a las 18 hs (espectacular horario), es la voz en off del propio Mauricio Kartun la que los espectadores escuchan: un valioso plus de la puesta.

Nahuel López a cargo de la dirección, propone un clima lúdico y colorido para situar a esta banda de amigos, recreando con acertadas pinceladas el mundo de ese entonces. Referencias a otras historietas como “Pelopincho y Cachirula”, nos sitúan a quienes consumíamos esa lectura.  Franco Luna Serafini  es “Rubén”, ese pibe acomplejado e introvertido que encuentra en “Misterix” el superhéroe imprescindible para demostrarse y demostrar a su entorno que es mucho más fuerte y potente de lo que aparenta. Claro que en algún momento ese disfraz –como el de gaitero- deberá ser descartado. El actor compone dos personajes, desde su voz, su corporalidad, su gestualidad. En realidad tanto él como Cintia Silveyra (“Myriam”), Carolina Martín (“Titi”) y Juan Pablo Bollini (“Chiche”), interpretan con versatilidad dos personajes cada uno: el real y el ficticio, ya que todos se suman gustosos a la fantasía de Misterix. Todo el elenco logra con creces ese desdoblamiento entre chicos de carne y hueso y seres imaginarios, entrando y saliendo de sus criaturas ficticias con naturalidad y frescura, poblando el escenario, multiplicándose como por arte de magia. Un elenco homogéneo con sobrados recursos.

La escenografía de Guadalupe Herrera, el vestuario de Sofía Camparo, el sonido e iluminación de Juan Camiletti, todos confieren ritmo y dinamismo a esta obra que no pierde vigencia, a pesar de retratar un paisaje de mediados del siglo pasado. Porque los conflictos humanos siguen siendo los mismos, y la necesidad de refugiarse en un mundo de fantasía, hoy más urgente que nunca.  

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