1983 fue un año luminoso. Salíamos de la larga noche oscura de la dictadura militar, tan nefasta y perversa, que dejó heridas que aún no cierran. En lo personal, nacía mi primer hijo, Nico, con una improvisada boina blanca en homenaje a mi padre, Saúl Bianchi, Subsecretario de Transporte durante el Gobierno de Don Arturo Illia. Y se producía otro nacimiento, o re-nacimiento. La Patria estaba pariendo con dolor -mucho dolor- un regreso a la democracia. Había tanta esperanza en el aire, tanto gozo, tanto alivio, tanta ilusión, tanta alegría. Una felicidad que luego se empañaría al salir a la luz las inenarrables atrocidades cometidas por los genocidas. Hoy, 35 años más tarde, siento que la clase política en su totalidad nunca estuvo a la altura de las circunstancias. Hoy, año 2018, los alarmantes e inconcebibles índices de pobreza, desocupación, deserción escolar, inflación, inseguridad, degradación social, son evidente y contundente prueba del fracaso de todos los partidos que nos han gobernado desde entonces. Los de mi generación, quienes andábamos por los treintaypico en ese entonces, hemos sido estafados en nuestra buena fe, defraudados, engañados. ¡Cuántas oportunidades perdidas! ¡Cuánta necedad! ¡Cuánta corrupción! ¡Cuánta improvisación! ¡Cuántas idas y vueltas! ¡Cuántos errores a costa del pueblo! Una pena que hoy no podamos honrar esa fecha memorable como se lo merece. Creo que hemos involucionado y toda la clase política debería hacer un «mea culpa».